Ya se dijo hace mucho tiempo aquello de que la vida es un sueño. Todavía hoy apenas conocemos casi nada sobre esta parte de la vida tan difusa y compleja, en la que abandonamos nuestro cuerpo ordinario por unas horas para acceder a un mundo que no pertenece a la materia tal y como la concebimos. No obstante, de materia están hechos los sueños, materia onírica creadora de paisajes y visiones, de nuevos cuerpos o de variaciones imaginativas y sobrenaturales de lo que ya conocemos. Materia que es energía y energía que es vislumbre de la materia madre: la mente. Mientras que todos nos podemos poner de acuerdo en general sobre la realidad que señalamos, a menudo el mundo de los sueños es difícil de compartir, todas las sutilezas y sensaciones que nos recorren están llenas de novedad, de una intensa perplejidad que a veces nos hace levantar extrañados de la cama al experimentar que aquello que vivimos corresponde a un mundo único y original de vivencia suprasensible.
Ha sido con una película, "Origen" (2010), de Christopher Nolan, (cuyo título en inglés es "Inception"), con la que este tópico e inacabable tema ha ocupado mis pensamientos. El también director de la genial "Memento" (2000), nos propone en esta fábula onírica la vieja cuestión de si sabemos diferenciar los sueños de la realidad, si ciertamente podemos estar seguros de que esto que vivimos no es en verdad un sueño y que lo otro, la película nocturna, sea la realidad, o al menos igual de legítima que la que constatamos real por convicción mutua, la cordura "cordial" en que nos reconocemos verdaderos. En definitiva, ¿cuál es la línea que separa ambas? y ya, en el terreno metafísico, en el continente especulativo del alma filosófica humana, aparece la gran formulación metafórica que asimila la vida a un sueño y la muerte a la vida verdadera. Al igual que la vigilia acoge cada noche al soñar, igualmente la eternidad (eso que llamamos muerte por ignorar lo que es) pudiera ser esa capa superior que diera lugar a infinitas capas de existencias, reencarnaciones, metempsicosis, etc. En "Matrix" (1999), otro film asimilable a este género, la confrontación con la realidad, ese reto existencial que cuestiona todo aquello que damos por real, también queda puesto sobre la mesa.
En la citada película, "Origen", protagonizada por Leonardo DiCaprio, sus personajes han aprendido a vivir en los sueños, a construir sus escenarios, a llevar a cabo coherentemente sus acciones o a usar este laberinto del inconsciente para extraer o insertar información (ideas) a quienes deseen. A modo de las cajas chinas, esa estructura narrativa cuyo paradigma es "Las mil y una noches", esto es, una historia dentro de otra, encontramos en esta película la novedosa idea de meter un sueño dentro de otro, de ir profundizando en realidades oníricas subyacentes, con el peligro de caer en una especie de abismo, en un limbo, cuya vuelta a la realidad sería imposible, la locura sin más, al perder toda referencia de identidad con la realidad ordinaria. Y es que olvidar el origen supone perder la propia identidad, propiciando una continua búsqueda de ésta, o en algunos casos, imposibilitando el sentido de una búsqueda, al quedar separados de toda referencia certera. Ese origen que las religiones han llamado Dios, lo que somos en verdad, hace pensar que nuestra búsqueda, nuestro anhelo de la verdad, está motivado por la razonable evidencia de que esto no es más que un sueño que nunca podemos dar por cierto a pesar de nuestros intentos de soñar que somos cuerpos inmortales construyendo un paraíso como el niño un castillo de arena en la orilla de la playa, que pronto queda borrado por las olas incesantes. El sueño fue el castillo, pero lo real: las manos que lo crearon. Manos que tampoco son reales, sino una mente cuya creatividad las movía. Un sueño en otro, buscando ver plasmado lo que en esencia ya somos.
Finalmente sabemos que el recorrido termina, que el cuerpo se queda en la tierra y el alma, eso que sueña y que piensa y siente, se nos hace cada vez más urgente de sentido, pues perderla, perder el alma, equivale a morar en ese limbo que nos niega la posibilidad de reconocer la realidad primera que nos justifica. El sueño, entonces, más que una interpretación para la vida, como propusiera Freud, está llegando a ser una interpretación para la muerte, una visión más sutil, abstracta y compleja de un ser despojado de su cuerpo: la gravedad, la materia y todo lo que le ata a lo efímero, a lo que sabe que perecerá. En los sueños viaja lo inconsciente y lo infinito, la mente creadora de realidad, el teatro de la vida desarrollando su función sobre la intangible creatividad del alma. El sueño es vida, conciencia al fin y al cabo teniendo lugar, revelando existencia. Como cuando vemos una película, la visión se proyecta en la mente. ¿Quién creó la proyección? ¿La propia mente? ¿Qué proyección es más real? ¿La de la película o la que cada día se nos presenta al salir a la calle, al mirarnos al espejo o al soplar sobre una vela cuya cera está a punto de consumirse y con ello a punto de dejar de ser vela? Un sueño en otro sueño, así continuamente, buscando y buscando la verdad entre ficciones infinitas. "Dios mueve al jugador y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonías?" Borges soñó esto muchas veces, como muchos otros creadores de ficciones. Sin duda alguna lo que motiva tales obras de ficción es que estos grandes fabuladores no dejaran nunca de sorprenderse de que haya una fábula mayor que la que ellos escriben: la que los escribe.
por José Manuel Martínez Sánchez