La palabra "orden" tiene un significado concreto en Constelaciones Familiares: es una forma de describir una prioridad y la secuencia de aparición de cada miembro de la familia, en el sentido de que cada persona debe ocupar su sitio. Este concepto, que parece tan sencillo en apariencia, nos remite en un sentido más profundo a una sensación de simetría y bienestar. Cuando se respeta el orden en una familia, el amor fluye mucho mejor.
En las dinámicas de Cosntelaciones Familiares, una familia está ordenada cuando todos sus componentes, incluso los fallecidos o no nacidos, están ordenados siguiendo el orden de las agujas del reloj. Esta forma de colocarse no responde a ninguna teoría, sino que es la manera en la que los miembros de las familias dicen encontrarse en el lugar que les corresponde. El inconsciente colectivo se ocupa de esta ordenación porque todos los miembros saben si ocupan su lugar correspondiente de manera inconsciente.
Los padres ocupan el primer lugar en todas las familias, porque sin ellos los hijos no existirían. Esencialmente, el progenitor da y el hijo recibe. Desde la perspectiva de Cosntelaciones Familiares debemos comprender que se trata de un flujo que se mueve en una única dirección: el progenitor tiene que ofrecer al hijo y el hijo tenen que recibir del progenitor. Por lo tanto, la relación paterno-filial está muy desequilibrada y un hijo nunca puede devolver, en su justa medida, todo lo recibido. Lo único que puede hacer es sentirse agradecido y expresar esa gratitud. Lo que sucede en realidad, es que recibir un regalo nos genera la urgencia de devolver algo del mismo valor. Si los padres padecen algún sufrimiento, el hijo intentará aliviarlos de su lastre, sin darse cuenta de que no pueden asumir el destino de otra persona. Pero esto hará que el niño se sienta menos culpable, aunque vaya en contra del orden natural de la crianza. El niño se convierte en padre de sus padres y los reduce a niños, dejando la relación del revés.
Hay hijos que están enfadados con sus padres (al fin y al cabo es otra forma de gestionar la incapacidad de devolver todo lo recibido) , y los abandona debido al desequilibrio, pero esto sólo funciona a nivel superficial porque, si seguimos enfadados con alguien, en el fondo nunca lo abandonamos de verdad. El enfado, como el amor, es una relación que vincula estrechamente. en cualquiera de los dos casos descritos, el niño sigue vinculado a sus padres y no puede separarse del todo. Para gestionar esta situación de un modo natural y maduro, el niño tendría que sentir gratitud hacia sus padres y expresarla. Esto nos conecta con ellos y nos da fuerzas. También nos deja separarnos de ellos. Cuando el hijo es capaz de expresar gratitud y respeto, recibirá los regalos de sus progenitores sin división interna.
Constelaciones Familiares utiliza un lenguaje simplificado para reconocer este orden: se dice "grande" y "pequeño". No nos referimos al tamaño físico, sino a la prioridad. Cuando respetamos nuestra pequeñez en relación a nuestros padres, podemos recibir su energía y podemos obtener fuerzas para ofrecernos a nuestros hijos en la misma medida. Si intentamos ser fuertes y ofrecernos a nuestros padres, terminaremos recibiendo algo de nuestros hijos o nuestra pareja, y todo se volverá del revés.
Cuando nos quejamos de nuestros padres, o cuando nos enfadamos con elllos, los juzgamos equivocados y asumimos una posición superior, lo que va en contra del inconsciente colectivo. Nos acabaremos castigando por ello y generaremos un desequilibrio. Este comportamiento se debe a una ley que nos puede resultar difícil de entender: si sentimos rechazo hacia algo, quedamos unidos a ese algo. Al rechazar a nuestros padres, creemos que nos estamos liberando de ellos, pero el rechazo es una relación vinculante. Al fin y al cabo, nosotros somos nuestros padres, si les aceptamos a ellos, nos aceptamos a nosotros mismos. Probablemente aquéllo que rechazamos de ellos, sea lo mismo que rechazamos de nosotros mismos.
Según Constelaciones Familiares sólo existe una forma de estar en paz con uno mismo: honrando sinceramente a nuestros padres. Podemos pensar que estaríamos mucho mejor si nuestros padres fueran diferentes pero, si los cambiáramos por otros padres idealizados, nosotros seríamos otra persona. Al pedir otros padres, nos comportamos como si quisiéramos ser otros, y si no queremos ser nosotros, no podemos estar en paz con nosotros mismos. Si honras a tus padres, además, honras a tus abuelos, y bisabuelos; te inclinas con respeto ante la fuente de tu vida y ante tus orígenes.
Las personas que siguen enfadadas con sus padres y que esperan de ellos algo distinto viven en un estado de esperanza. Se consideran víctimas, y eso les quita su poder y les impide cambiar. Se concentran en el amor que no han podido conseguir y son incapaces de reconocer el amor que ya han obtenido, o de recibir el que tienen a su disposición.
Si unimos todo esto a lo que hemos visto anteriormente acerca de la exclusión, tendremos un conflicto grave. Un niño, por amor a sus padres, y para que le quieran, querrá llevar sobre sus hombros una parte del lastre psicológico de éstos. Pero si carga con una parte de sus problemas, se hace más grande e invierte los papeles. El niño se encuentra atrapado en la situación y no puede romperla fácilmente, porque se sentiría culpable.Pero nadie puede asumir el destino de otra persona. Este amor ciego (llamado así porque el niño es incapaz de ver la inutilidad de sus esfuerzos) es tan poderosa que puede llevar al niño a morir por sus padres, porque no comprende que todos nosotros debenos asumir la responsabilidad de gestionar los acontecimientos que nos suceden en la vida, por muy dolorosos que sean, y que nadie lo puede hacer por nosotros.
Sin embargo, los niños viven sumidos en la fantasía y creen, mágicamente, que pueden aliviar el sufrimiento de sus padres si sufren ellos. Pero el resultado siempre es el mismo: en vez de reducir el dolor a la mitad, éste se duplica. De hecho, añade peso al sufrimiento de los padres, porque no quieren que sus hijos sufran sus mismos traumas. El gesto de devolver el sufrimiento no es fácil, pues el hijo se enfrenta a una fuerte sensación de culpa, surgida de su necesidad de pertenencia. Al cargar algo en nombre de nuestros padres nos sentimos profundamente unidos a ellos. Si les devolvemos su dolor, nos quedamos solos, pero ésta es la única forma de crecer. Cuando podemos dar las gracias sinceramente a nuestros padres y les decimos que han hecho lo suficiente, les declaramos que no necesitamos nada más de ellos. Si damos el paso de sostenernos sobre nuestros pies, descubriremos una gran fuerza.
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En las dinámicas de Cosntelaciones Familiares, una familia está ordenada cuando todos sus componentes, incluso los fallecidos o no nacidos, están ordenados siguiendo el orden de las agujas del reloj. Esta forma de colocarse no responde a ninguna teoría, sino que es la manera en la que los miembros de las familias dicen encontrarse en el lugar que les corresponde. El inconsciente colectivo se ocupa de esta ordenación porque todos los miembros saben si ocupan su lugar correspondiente de manera inconsciente.
Los padres ocupan el primer lugar en todas las familias, porque sin ellos los hijos no existirían. Esencialmente, el progenitor da y el hijo recibe. Desde la perspectiva de Cosntelaciones Familiares debemos comprender que se trata de un flujo que se mueve en una única dirección: el progenitor tiene que ofrecer al hijo y el hijo tenen que recibir del progenitor. Por lo tanto, la relación paterno-filial está muy desequilibrada y un hijo nunca puede devolver, en su justa medida, todo lo recibido. Lo único que puede hacer es sentirse agradecido y expresar esa gratitud. Lo que sucede en realidad, es que recibir un regalo nos genera la urgencia de devolver algo del mismo valor. Si los padres padecen algún sufrimiento, el hijo intentará aliviarlos de su lastre, sin darse cuenta de que no pueden asumir el destino de otra persona. Pero esto hará que el niño se sienta menos culpable, aunque vaya en contra del orden natural de la crianza. El niño se convierte en padre de sus padres y los reduce a niños, dejando la relación del revés.
Hay hijos que están enfadados con sus padres (al fin y al cabo es otra forma de gestionar la incapacidad de devolver todo lo recibido) , y los abandona debido al desequilibrio, pero esto sólo funciona a nivel superficial porque, si seguimos enfadados con alguien, en el fondo nunca lo abandonamos de verdad. El enfado, como el amor, es una relación que vincula estrechamente. en cualquiera de los dos casos descritos, el niño sigue vinculado a sus padres y no puede separarse del todo. Para gestionar esta situación de un modo natural y maduro, el niño tendría que sentir gratitud hacia sus padres y expresarla. Esto nos conecta con ellos y nos da fuerzas. También nos deja separarnos de ellos. Cuando el hijo es capaz de expresar gratitud y respeto, recibirá los regalos de sus progenitores sin división interna.
Constelaciones Familiares utiliza un lenguaje simplificado para reconocer este orden: se dice "grande" y "pequeño". No nos referimos al tamaño físico, sino a la prioridad. Cuando respetamos nuestra pequeñez en relación a nuestros padres, podemos recibir su energía y podemos obtener fuerzas para ofrecernos a nuestros hijos en la misma medida. Si intentamos ser fuertes y ofrecernos a nuestros padres, terminaremos recibiendo algo de nuestros hijos o nuestra pareja, y todo se volverá del revés.
Cuando nos quejamos de nuestros padres, o cuando nos enfadamos con elllos, los juzgamos equivocados y asumimos una posición superior, lo que va en contra del inconsciente colectivo. Nos acabaremos castigando por ello y generaremos un desequilibrio. Este comportamiento se debe a una ley que nos puede resultar difícil de entender: si sentimos rechazo hacia algo, quedamos unidos a ese algo. Al rechazar a nuestros padres, creemos que nos estamos liberando de ellos, pero el rechazo es una relación vinculante. Al fin y al cabo, nosotros somos nuestros padres, si les aceptamos a ellos, nos aceptamos a nosotros mismos. Probablemente aquéllo que rechazamos de ellos, sea lo mismo que rechazamos de nosotros mismos.
Según Constelaciones Familiares sólo existe una forma de estar en paz con uno mismo: honrando sinceramente a nuestros padres. Podemos pensar que estaríamos mucho mejor si nuestros padres fueran diferentes pero, si los cambiáramos por otros padres idealizados, nosotros seríamos otra persona. Al pedir otros padres, nos comportamos como si quisiéramos ser otros, y si no queremos ser nosotros, no podemos estar en paz con nosotros mismos. Si honras a tus padres, además, honras a tus abuelos, y bisabuelos; te inclinas con respeto ante la fuente de tu vida y ante tus orígenes.
Las personas que siguen enfadadas con sus padres y que esperan de ellos algo distinto viven en un estado de esperanza. Se consideran víctimas, y eso les quita su poder y les impide cambiar. Se concentran en el amor que no han podido conseguir y son incapaces de reconocer el amor que ya han obtenido, o de recibir el que tienen a su disposición.
Si unimos todo esto a lo que hemos visto anteriormente acerca de la exclusión, tendremos un conflicto grave. Un niño, por amor a sus padres, y para que le quieran, querrá llevar sobre sus hombros una parte del lastre psicológico de éstos. Pero si carga con una parte de sus problemas, se hace más grande e invierte los papeles. El niño se encuentra atrapado en la situación y no puede romperla fácilmente, porque se sentiría culpable.Pero nadie puede asumir el destino de otra persona. Este amor ciego (llamado así porque el niño es incapaz de ver la inutilidad de sus esfuerzos) es tan poderosa que puede llevar al niño a morir por sus padres, porque no comprende que todos nosotros debenos asumir la responsabilidad de gestionar los acontecimientos que nos suceden en la vida, por muy dolorosos que sean, y que nadie lo puede hacer por nosotros.
Sin embargo, los niños viven sumidos en la fantasía y creen, mágicamente, que pueden aliviar el sufrimiento de sus padres si sufren ellos. Pero el resultado siempre es el mismo: en vez de reducir el dolor a la mitad, éste se duplica. De hecho, añade peso al sufrimiento de los padres, porque no quieren que sus hijos sufran sus mismos traumas. El gesto de devolver el sufrimiento no es fácil, pues el hijo se enfrenta a una fuerte sensación de culpa, surgida de su necesidad de pertenencia. Al cargar algo en nombre de nuestros padres nos sentimos profundamente unidos a ellos. Si les devolvemos su dolor, nos quedamos solos, pero ésta es la única forma de crecer. Cuando podemos dar las gracias sinceramente a nuestros padres y les decimos que han hecho lo suficiente, les declaramos que no necesitamos nada más de ellos. Si damos el paso de sostenernos sobre nuestros pies, descubriremos una gran fuerza.
Por lo tanto, si queremos demostrar nuestra autonomía respeto a los padres, y si tenemos el objetivo de poner amor consciente en nuestras interacciones con ellos, necsitaremos una gran dosis de coraje.
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