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domingo, 5 de septiembre de 2010

Demian, de Herman Hesse

“Y en este punto me abrasó de repente como una aguda llama la revelación definitiva: todo hombre tenía una ‘misión’; pero ninguno podía elegir la suya, delimitarla y administrarla a su capricho. Era equivocado querer nuevos dioses, era completamente equivocado querer dar algo al mundo. Para el hombre despierto no había más que un deber: buscarse a sí mismo, afirmarse en sí mismo y tantear, hacia adelante siempre, su propio camino, sin cuidarse del fin al que pueda conducirle. Este descubrimiento me conmovió hondamente, y tal fue para mí el fruto de todo este suceso. Muchas veces había jugado con imágenes del futuro y había ensoñado los destino que me estaban reservador, como poeta quizás o quizá como profeta, como pintor o como quién sabe qué. y todo esto era equivocado. Yo no existía paa hacer versos, para predicar o para pintar. Ni yo ni ningún otro hombre existíamos para eso. Todo ello era secundario. El verdadero oficio de cada uno era tan sólo llegar hasta sí mismo. Luego podía terminar en poeta o en loco, en profeta o criminal. Eso no era cosa suya, y, además, en último término, carecía de todo alcance. Su misión era encontrar su destino propio, no uno cualquiera, y vivirlo por entero, hasta el final. Toda otra cosa era quedarse a mitad de camino, era retroceder a refugiarse en el ideal de la colectividad, era adaptación y miedo a la propia individualidad interior. Esta nueva imagen se alzó ya claramente ante mí, terrible y sagrada, mil veces vislumbrada, quizá ya expresada alguna vez; pero sólo ahora vivida.Yo era un impulso de la Naturaleza, un impulso hacia lo incierto, quizás hacia lo nuevo, quizás hacia nada, y mi oficio era tan sólo dejar actuar este impulso, nacido en las profundidades primordiales, sentir en mí su voluntad y hacerlo mío por entero. Esto, y sólo esto, era mi oficio.”

Fragmento del libro "Demian"

Herman Hesse

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