Artículo del amigo Miguel Ángel Garcier, experto en terapias alternativas.
Anhelo de corazón que este artículo, mensaje o texto como cada cual quiera identificarlo les impregne de la máxima luz y amor en sus corazones y que esa llama prendida que desde el principio de los tiempos mora en el interior de cada ser humano sean cuales sean, su condición, raza o actos hoy pueda crecer un poquito más pues así también en la mía será.
Empezaré por una historia pequeña y real a la vez:
Estando un día sentado en un banquillo callejero tomando el solecito de aquella mañana, de pronto se acercó a mí una señora mayor pero con una vibración especial, y sin mediar nada, me dice con una energía especial que llamo mi atención poderosamente: “Joven bueno”. Eso ya me abrió todavía más a mis 40 y muchos años terrestres. Fíjense que alguien te llame “joven”.
“Buenos días”, a lo que yo educadamente le respondí “buenos días, señora” pero sinceramente diciéndome para mí “Bueno señora siéntese en este banco y sigamos mirando y nutriéndonos de los rayitos de este solecito”.
Ella siguió dirigiéndose a mi y prosiguió “¿Puedo contarle algo?”. Yo le dije naturalmente “Por favor” pero seguía tomando el solecito como si sólo existiera -pobre de mí- mi bienestar de aquel momento o sea el "mí mismo".
Y ahí empezó su relato, por el cual doy infinitas gracias a dios que a veces nos manda ángeles con mensajes que misteriosamente aparecen y cuando levantas la vista ya no están. ¡Menos mal que su comprensión para los estados inconscientes de sus hijo es infinita!
La señora comenzó: “Mire, ¿sabe una cosa?”. Mi contestación no podía ser otra que “No, dígame”. “Mire, hace 37 años un hijo mío, el pequeño, se mató en un accidente de moto y desde entonces he necesitado de ayuda medica y de medicación. Hace unos meses, dos exactamente, tuve un sueño. ¿Quiere que se lo cuente?”. Yo cortésmente le dije “claro, por favor” pues las muertes repentinas y traumáticas están o estaban al orden del día en mi vida.
“Mire, soñé que estaba en una playa y que era atardecer y de pronto pude ver que por un lado de la orilla venía el Señor”. Yo dije “¿el señor dios?”, a lo que ella me respondió que era el señor Jesús de Nazareth y que detrás del venían un grupo de angelitos cantando bailando y tocando instrumentos y que según de acercaban vio que todos lo hacían menos uno, el último, que al pasar a su lado vio que era su hijo pequeño el que perdió la vida en un accidente, que este iba triste y que ella, al reconocerle, le espetó con sus ojos llenos de lágrimas y abrazándolo: “Pero hijo, ¿qué te pasa?”, a lo que le contestó “Mama, yo estoy bien. ¿No viste? El señor me cuida. Estoy triste porque tú lo estás”. A continuación, el señor Jesús volvió su mirada a la mujer y ésta, con los ojos llenos de lágrimas, sólo pudo sentir su corazón de pronto lleno de paz y serenidad y lo más hermoso e impagable: curación. De acuerdo con su medico llevaba después de aquel sueño tiempo sin tomar absolutamente ninguna medicación y sin rastro de depresión o dolor psicológico o físico.
Esta historia real nos indica parte de lo que en este artículo les quiero contar la más grande fuerza curativa de cualquier dolor y el simbolismo del más grande personaje pasado por la civilización occidental o terrestre: el maestro Jeshua ben Pandira o Jesús de Nazareth o lo que es quizás más simple, la gran magia poderosa del amor del Cristo, ese Cristo que mora en nosotros no sólo como un personaje histórico sagrado sino como el valor más realizador que tenemos en nuestro interior el amor puro y sagrado universal.
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