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domingo, 11 de octubre de 2009

LA LEY DEL EQUILIBRIO

Decíamos ayer que la culpa aparece en la conciencia para que una persona se comporte de acuerdo con los valores de su entorno. Experimentamos esa culpa porque falla el equilibrio entre el dar y el recibir. Mientras haya culpa, significará que no nos hemos responsabilizado de nuestras acciones. La mejor forma de gestionar una situación de culpa, según las dinámicas observadas en Constelaciones Familiares, es reconocer y asumir el daño, aceptar las consecuencias de nuestros actos, e intentar restablecer el equilibrio. Cuando justificamos nuestras acciones, o cuando acusamos a otros, estamos evitando nuestra responsabilidad.
Hay que aclarar que las leyes que rigen las constelaciones no son un sistema moral. Lo que se pretende es reconocer y aceptar lo sucedido, para sanar a los implicados en un desequilibrio, pero su intención no es dictar lo que se debiera hacer. Estas leyes proceden de la voluntad biológica de vivir y se rigen por su propia inteligencia. Son el resultado de miles de años de evolución, y pretenden unir al individuo con el grupo, para maximizar las oportunidades de supervivencia. Todo lo que beneficia al grupo está bien, y lo que lo perjudica, estará mal.
Nadie puede asumir la culpa aparte de los interesados. Si persistimos en nuestros intentos de evitar la responsabilidad de nuestras acciones, se genera un lastre de desequilibrio que se fija en el sistema familiar, y lo padecerá algún descendiente. Esto se complica porque las generaciones siguientes no pueden ver lo que arrastran de otros miembros del sistema. Además, esta necesidad de equilibrio afectará a las siguientes generaciones según la gravedad del acto. Esta información se transmite porque se encuentra en el inconsciente colectivo.
La ley del equilibrio no funciona de forma aislada: en la práctica, las leyes de pertenencia, orden y equilibrio van juntas. Nadie es consciente de estas dinámicas, y lo más fácil es que nuestra conciencia atribuya ciertos comportamientos a acontecimientos de nuestra vida personal, porque no sabemos nada de lo que ocurrió a las generaciones anteriores.
En realidad, nadie puede ser excusado y nadie puede excusarse a sí mismo, porque todos somos responsables de nuestros actos. Nadie puede librar de la responsabilidad a otra persona, y menos identificándose con ella para darle su lugar. Cuando esa persona se hace consciente de que está cargando con la culpa de un familiar, y lo acepta, se rinde a las leyes colectivas, y empezamos a ocupar el orden que nos corresponde.
El primer paso es sacar a la luz lo ocurrido, el segundo ha de enfrentar cara a cara a las dos partes implicadas en un agravio, para reconocerse y recuperar la paz entre ellos. Esta situación es costosa, y puede implicar varias sesiones de Constelaciones. A veces será necesario que las personas implicadas se den cuenta de que ambos están muertos, y que ya son iguales.
Estas sesiones también aclaran que, cuando asumimos la culpa de un familiar, le restamos poder, impidiendo que resuelva sus actos pendientes, independientemente de que esa persona esté viva o muerta. Asumir la culpa de un antepasado, además, va contra la ley de la jerarquía, por la que los miembros más grandes de la familia no deben recibir la bienintencionada ayuda de miembros más pequeños. Esa conducta sólo genera más sufrimiento innecesario, y solamente alcanzaremos un estado de paz cuando haya reconciliación entre las partes implicadas.

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