A través del trabajo con Constelaciones, Hellinger ha podido demostrar como funcionan las dinámicas familiares. Una de las constataciones más importantes ha sido comprobar que, ciertos miembros de una familia, pueden identificarse con alguien de su familia de origen sin ser conscientes de ello. Asumen los sentimientos de su pariente como si fueran suyos y viven la vida de esa persona como si fuesen una réplica, aunque no le hayan llegado a conocer. Normalmente, nadie se da cuenta de lo ocurrido.
Cuando hay un fallecimiento en la familia, como un niño que pierde a su padre, o un pariente que muere muy joven, o de manera trágica, el dolor es insoportable, y algunos miembros del clan familiar no pueden gestionar de manera eficiente la separación, e intentan excluir de la memoria el impacto de esa muerte. Pero la conciencia colectiva, que exige que todos los miembros de la familia sean recordados, ejercerá su influencia para que otra persona de la familia le represente en el sistema familiar. Cuanto más joven es la persona que sufre la pérdida, más dificultades tendrá para enfrentarse a su dolor, porque se requiere una madurez que un niño no tiene. De hecho, la muerte prematura de un progenitor conlleva un improtante riesgo de trastorno en la formación de la identidad del niño. A todo esto, hay que añadir que los adultos no dejan que el niño sufra su periodo de duelo. Se les dice que el familiar se fue al "cielo", y no les permitimos que nos vean llorar, lo que no hace más que complicar las cosas.
El olvidado o excluido no siempre es una persona que haya muerto prematuramente. Puede ser un pariente al que nunca se le dió ningún valor, un familiar apartado por una discapacidad o retraso mental, que sea adoptado, o que haya tenido un comportamiento que haya ocasionado la retirada de amor por parte de la familia.
Todo crecimiento personal, cualquier desarrollo individual, depende del reconocimiento y aceptación de cualquier aspecto de la personalidad que haya sido excluida, para otorgarle un lugar en nuestro corazón. De la misma manera, los familiares excluidos por generaciones de una familia necesitan reincorporarse a ella; necesitan que los incluyamos y los recordemos con amor. Debemos comprender que todo lo que rechacemos seguirá teniendo poder sobre nosotros, porque el acto de resistirnos a algo, le concede energía para perseguirnos. Cuando decimos "sí", y aceptamos lo que no podemos mirar, cambia algo en nuestro interior. No se trata de aceptar sin más, sino de abrirnos a los fantasmas que nos asustan para poder descubrir que nuestro interior contiene una fuente de amor para todos ellos.
El germen de todos los problemas está en el dolor, en lo que hacemos para eludirlo. El proceso de sanación consiste en reconocer que el dolor forma parte de la vida y que el dolor psicológico es igual que cualquier otro dolor, en el sentido de que no podemos evitarlo.
La identificación implica que, la persona que la sufre, es incapaz de ver al otro como un ser separado de él. Es muy importante encontrar el familiar con el que nos hemos identificado y reincorporarlo a dinámica familiar para que todo el mundo pueda verlo. Si podemos identificarlo con amor, dejaremos de sentir la necesidad de representarlo y se sentirá libre para ser él mismo: se librará de la identificación. Cuando trabajamos con Constelaciones Familiares, se revive el dolor, y el amor enterrado sale a la luz. Será este amor el que produzca la verdadera sanación, ya que impide que sigamos representando a un excluido.
Esta forma de operar también funcionará cuando un niño asume como propio el dolor de un progenitor (siempre de forma inconsciente, evidentemente). Los niños sienten tanta necesidad de sentirse parte de sus padres, que hacen todo lo posible por aliviar su dolor y poder obtener su afecto. Esto recibe el nombre de amor ciego. De acuerdo con su conciencia personal, el niño se siente capaz de hacer cualquier cosa para que su progenitor pueda soportar el dolor, y siente que tiene derecho a hacerlo. Los niños tienen ese pensamiento mágico, creen que que si alguien tiene que sufrir, y él sufre por sus padres, ellos sufrirán menos. Pero esto lleva a que el sufrimiento se duplique. El amor ciego no respeta la norma de que hay un orden sagrado, y que los padres deben encargarse de los hijos, y no al revés.
Todos los miembros de la familia directa están sujetos a la conciencia colectiva. Incluye a padres, hijos, incluso los que nacieran muertos o no llegasen a nacer, y los abuelos. Los tíos y tías también entran en el sistema, aunque no sus hijos. Podríamos incluir también a bisabuelos y tatarabuelos. También están dentro las personas que están fuertemente unidas a la familia, y sujetas a las leyes de la conciencia colectiva, por un hecho grave que haya sucedido. Aquí se incluirían los que hayan maltratado o asesinado a un miembro de la familia, y al revés, es decir, los que hayan sido víctimas de alguna persona perteneciente al clan familiar.
Cuando satisfacemos la conciencia colectiva, devolviéndole al excluido su posición legítima dentro del círculo familiar, todo el mundo experimenta una sensación de paz y de alivio. Entonces, el representante del excluido en la generación actual podrá soltar sus lastre y sentirse libre.
Twittear
Cuando hay un fallecimiento en la familia, como un niño que pierde a su padre, o un pariente que muere muy joven, o de manera trágica, el dolor es insoportable, y algunos miembros del clan familiar no pueden gestionar de manera eficiente la separación, e intentan excluir de la memoria el impacto de esa muerte. Pero la conciencia colectiva, que exige que todos los miembros de la familia sean recordados, ejercerá su influencia para que otra persona de la familia le represente en el sistema familiar. Cuanto más joven es la persona que sufre la pérdida, más dificultades tendrá para enfrentarse a su dolor, porque se requiere una madurez que un niño no tiene. De hecho, la muerte prematura de un progenitor conlleva un improtante riesgo de trastorno en la formación de la identidad del niño. A todo esto, hay que añadir que los adultos no dejan que el niño sufra su periodo de duelo. Se les dice que el familiar se fue al "cielo", y no les permitimos que nos vean llorar, lo que no hace más que complicar las cosas.
El olvidado o excluido no siempre es una persona que haya muerto prematuramente. Puede ser un pariente al que nunca se le dió ningún valor, un familiar apartado por una discapacidad o retraso mental, que sea adoptado, o que haya tenido un comportamiento que haya ocasionado la retirada de amor por parte de la familia.
Todo crecimiento personal, cualquier desarrollo individual, depende del reconocimiento y aceptación de cualquier aspecto de la personalidad que haya sido excluida, para otorgarle un lugar en nuestro corazón. De la misma manera, los familiares excluidos por generaciones de una familia necesitan reincorporarse a ella; necesitan que los incluyamos y los recordemos con amor. Debemos comprender que todo lo que rechacemos seguirá teniendo poder sobre nosotros, porque el acto de resistirnos a algo, le concede energía para perseguirnos. Cuando decimos "sí", y aceptamos lo que no podemos mirar, cambia algo en nuestro interior. No se trata de aceptar sin más, sino de abrirnos a los fantasmas que nos asustan para poder descubrir que nuestro interior contiene una fuente de amor para todos ellos.
El germen de todos los problemas está en el dolor, en lo que hacemos para eludirlo. El proceso de sanación consiste en reconocer que el dolor forma parte de la vida y que el dolor psicológico es igual que cualquier otro dolor, en el sentido de que no podemos evitarlo.
La identificación implica que, la persona que la sufre, es incapaz de ver al otro como un ser separado de él. Es muy importante encontrar el familiar con el que nos hemos identificado y reincorporarlo a dinámica familiar para que todo el mundo pueda verlo. Si podemos identificarlo con amor, dejaremos de sentir la necesidad de representarlo y se sentirá libre para ser él mismo: se librará de la identificación. Cuando trabajamos con Constelaciones Familiares, se revive el dolor, y el amor enterrado sale a la luz. Será este amor el que produzca la verdadera sanación, ya que impide que sigamos representando a un excluido.
Esta forma de operar también funcionará cuando un niño asume como propio el dolor de un progenitor (siempre de forma inconsciente, evidentemente). Los niños sienten tanta necesidad de sentirse parte de sus padres, que hacen todo lo posible por aliviar su dolor y poder obtener su afecto. Esto recibe el nombre de amor ciego. De acuerdo con su conciencia personal, el niño se siente capaz de hacer cualquier cosa para que su progenitor pueda soportar el dolor, y siente que tiene derecho a hacerlo. Los niños tienen ese pensamiento mágico, creen que que si alguien tiene que sufrir, y él sufre por sus padres, ellos sufrirán menos. Pero esto lleva a que el sufrimiento se duplique. El amor ciego no respeta la norma de que hay un orden sagrado, y que los padres deben encargarse de los hijos, y no al revés.
Todos los miembros de la familia directa están sujetos a la conciencia colectiva. Incluye a padres, hijos, incluso los que nacieran muertos o no llegasen a nacer, y los abuelos. Los tíos y tías también entran en el sistema, aunque no sus hijos. Podríamos incluir también a bisabuelos y tatarabuelos. También están dentro las personas que están fuertemente unidas a la familia, y sujetas a las leyes de la conciencia colectiva, por un hecho grave que haya sucedido. Aquí se incluirían los que hayan maltratado o asesinado a un miembro de la familia, y al revés, es decir, los que hayan sido víctimas de alguna persona perteneciente al clan familiar.
Cuando satisfacemos la conciencia colectiva, devolviéndole al excluido su posición legítima dentro del círculo familiar, todo el mundo experimenta una sensación de paz y de alivio. Entonces, el representante del excluido en la generación actual podrá soltar sus lastre y sentirse libre.
0 comentarios:
Publicar un comentario