En Constelaciones Familiares hay dos motivos de sufrimiento: el originado por los enredos familiares, que hemos descrito anteriormente, y la interrupción del movimiento hacia la madre. Este último se basa en que todos los niños tienen la necesidad de acercarse a su madre para asegurar su supervivencia. Este amor es incondicional y muy poderoso. De la misma manera, las madres sienten el impulso de cuidar de sus hijos. De estos dos instintos, nacerá un vínculo muy estrecho. Si el niño se ve apartado de ella (o del padre) se producirá una situación traumática para él. Esto suele suceder tempranamente, incluso cuando el niño está dentro del útero de la madre (por extraño que esto pueda parecer).
El problema surge cuando la madre enferma o muere al dar a luz (o poco después), cuando no puede ocuparse del bebé durante un tiempo, o cuando el niño debe permanecer en la incubadora. También sucede cuando el parto es a vida o muerte para la madre, o cuando durante el embarazo se dan situaciones en las que corra peligro la vida de la madre.
El trauma en el niño se entiende porque su supervivencia depende totalmente de su madre, y el niño es incapaz de establecer una frontera entre sí mismo y ella. Un crecimiento normal implicaría una separación lenta y progresiva hacia una sensación individual propia y madura. El niño comienza a establecer fronteras entre él y su madre. Cuando pierde a alguno de sus progenitores pronto, esta experiencia se vuelve traumática, en mayor medida cuanto menor sea el niño, dejando de ser tan importante a partir de los 18 meses. Como la madre es la figura más importante, el trauma mayor sucede cuando se ve obligado a separarse de ella. Un niño pequeño es muy vulnerable, no puede digerir esta situación y entra en estado de shock.
El niño que ha sufrido este trauma se encierra en sí mismo. Dejará de dirigirse hacia su madre y será incapaz de escuchar su propio impulso conservador de vida, que le permite seguir recibiendo de ella todo lo necesario, aunque la madre regrese más adelante y vuelva a estar disponible para él. Cuando este niño crezca, puede que tenga desconfianza a la hora de acercarse a otras personas. En vez de acudir a alguien cuando necesite amor, lo que ocurrirá será que se acerque a los demás hasta cierto punto, y se mueva en círculos a partir de ahi. Desea ese amor desesperadamente y, al mismo tiempo, impide la posibilidad de obtenerlo. Lo que se hace es evitar el rechazo. Inconscientemente preferimos crear trabas para evitar sufrir una experiencia tan dolorosa como la que vivimos en la infancia.
Aunque el movimiento de reconciliación ha de ser del niño hacia la madre (acercándonos a los progenitores con respeto, y en la posición de receptor), en este caso serán los padres los que inicien el acercamiento, porque el trauma se produjo cuando el niño era demasiado pequeño para hacer nada por sí mismo.
En estos casos, más que una constelación, será efectiva una terapia en la que el facilitador asuma el papel de madre, y abrace al cliente para sostenerlo, y así borrar su experiencia traumática, sustituyéndola por otra positiva. El cliente revivirá la experiencia de separación de su madre y sentirá un viejo dolor que no ha sido capaz de reconocer. El niño se apartó del dolor y no pudo superarlo, pero puede volver a sentirlo en los brazos del terapeuta. Este proceso puede necesitar una sesión o varias, dependiendo de si el cliente recupera el estado de tranquilidad. Si la persona se sintiera "abandonada" por su padre, la madre debe actuar como nexo de conexión entre ambos.
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El problema surge cuando la madre enferma o muere al dar a luz (o poco después), cuando no puede ocuparse del bebé durante un tiempo, o cuando el niño debe permanecer en la incubadora. También sucede cuando el parto es a vida o muerte para la madre, o cuando durante el embarazo se dan situaciones en las que corra peligro la vida de la madre.
El trauma en el niño se entiende porque su supervivencia depende totalmente de su madre, y el niño es incapaz de establecer una frontera entre sí mismo y ella. Un crecimiento normal implicaría una separación lenta y progresiva hacia una sensación individual propia y madura. El niño comienza a establecer fronteras entre él y su madre. Cuando pierde a alguno de sus progenitores pronto, esta experiencia se vuelve traumática, en mayor medida cuanto menor sea el niño, dejando de ser tan importante a partir de los 18 meses. Como la madre es la figura más importante, el trauma mayor sucede cuando se ve obligado a separarse de ella. Un niño pequeño es muy vulnerable, no puede digerir esta situación y entra en estado de shock.
El niño que ha sufrido este trauma se encierra en sí mismo. Dejará de dirigirse hacia su madre y será incapaz de escuchar su propio impulso conservador de vida, que le permite seguir recibiendo de ella todo lo necesario, aunque la madre regrese más adelante y vuelva a estar disponible para él. Cuando este niño crezca, puede que tenga desconfianza a la hora de acercarse a otras personas. En vez de acudir a alguien cuando necesite amor, lo que ocurrirá será que se acerque a los demás hasta cierto punto, y se mueva en círculos a partir de ahi. Desea ese amor desesperadamente y, al mismo tiempo, impide la posibilidad de obtenerlo. Lo que se hace es evitar el rechazo. Inconscientemente preferimos crear trabas para evitar sufrir una experiencia tan dolorosa como la que vivimos en la infancia.
Aunque el movimiento de reconciliación ha de ser del niño hacia la madre (acercándonos a los progenitores con respeto, y en la posición de receptor), en este caso serán los padres los que inicien el acercamiento, porque el trauma se produjo cuando el niño era demasiado pequeño para hacer nada por sí mismo.
En estos casos, más que una constelación, será efectiva una terapia en la que el facilitador asuma el papel de madre, y abrace al cliente para sostenerlo, y así borrar su experiencia traumática, sustituyéndola por otra positiva. El cliente revivirá la experiencia de separación de su madre y sentirá un viejo dolor que no ha sido capaz de reconocer. El niño se apartó del dolor y no pudo superarlo, pero puede volver a sentirlo en los brazos del terapeuta. Este proceso puede necesitar una sesión o varias, dependiendo de si el cliente recupera el estado de tranquilidad. Si la persona se sintiera "abandonada" por su padre, la madre debe actuar como nexo de conexión entre ambos.
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